top of page

| Mi Primera Vez | Luis Romero

“Yo también tengo una amiga Chaparrita…”


Esa fue la primera frase que dije en cuanto tomé el micrófono y me subí al escenario, creyendo que, en menos de seis meses, ya iba a estar viviendo de la comedia. En aquellos tiempos, hacíamos fila a las nueve de la noche para apuntar nuestros nombres en la lista de comediantes. Nunca he sido bueno para hacer contacto visual con la gente que no conozco, pero me gusta poner atención a las voces, y lo que decían las voces de los comediantes me parecía maravilloso: “¿Fuiste a Woko esta semana?”, “Ya tengo un show para abrir”, “Estuve platicando con tal comediante y me dijo que…”. Me sentía invadido por los nervios pero peligrosamente entusiasta. Seis meses, pensaba, seis meses y yo estaré diciendo las mismas cosas. Recuerdo que la mañana de ese día, en el trabajo, me puse a investigar cuál era el teatro más grande de cada estado del país, y cuánta gente le cabía a cada uno.


Cuando me tocó escribir mi nombre, había pocos espacios vacíos: los dos primeros y los últimos. Mis nervios no me iban a dejar llegar con vida al último, así que apliqué el “Chingue su madre” y junto al número uno se me presentó el primer dilema: ¿cómo quiero que me conozcan? Todos mis amigos me dicen Lucho, pero si me llegan a contratar para una serie o una película o un programa de televisión no quiero que el poster diga Lucho, quiero que sepan mi nombre. Luis Romero será. Juro por todos los dioses que esas palabras cruzaron por mi mente. No puedo hablar por todos, pero hay algo de arrogancia en hacer comedia stand up por primera vez.

Por alguna razón que quizá sólo tenga sentido en tu cabeza, te sientes con la autoridad de decir qué es y qué no es gracioso, y tú entras en la primera. Tal vez tus amigos te dijeron que deberías cobrar por decir estupideces, tal vez en tu casa siempre hiciste reír a tu familia. Tal vez en la escuela siempre te buscaron para que hagas comentarios jocosos de los maestros y uno que otro compañero; y tú lo creíste. Creíste que para ser gracioso no se estudia, que es algo con lo que se nace, y rechazaste la idea de tomar un curso. Creíste que cada vez que estuvieras en el escenario ibas a llevar material nuevo, completamente diferente al anterior, porque qué hueva repetir los chistes. Creíste, de verdad creíste, que en seis meses estarías viviendo de la comedia. Terminé mi chiste, totalmente improvisado, acerca de la estatura de mi amiga creyendo que le había dado al clavo, ya que el host acababa de hacer un chiste de su estatura. Se burló de sí mismo diciendo que no puedes tener cualquier trabajo cuando eres tan bajito. Wow, Luis, te vas subiendo y lo primero que haces es improvisar, ¡estás on fayer, viejo!, pensé. Y entonces me regresaron a la realidad. Decir que fue doloroso sería exagerado, pero sí hubo algo que me marcó bastante.


No fue que la gente no rio con lo que dije, no fue el pensar que quizá mi amiga, que me acompañaba esa noche, me diría que no la tome como referencia para hacer chistes. Fue que, cuando terminé mi chiste, aparté mi vista del frente para observar la reacción del host. Me estaba ignorando. No podría aseverar que no escuchó ni una palabra de lo que dije, pero al ver que no era yo su centro de atención descubrí que esa noche no me estaba subiendo para vencer un miedo o para probar si de verdad hacer comedia es lo mío, me estaba subiendo para entretener al host. Quería que me descubriera, que al bajarme pidiera un aplauso para mí, cuando todo terminara, me invitara a muchos lugares y me presentara a mucha gente. ¿Sabes cuánta gente como tú ve este vato en cada open mic que hostea? Seguí con mi rutina. Cerca de la mitad cayó la primera risa con un chiste que tenía que ver con la masturbación, y fue entonces que olvidé al host y me concentré en mí. Algo que yo había escrito, que había ensayado, había hecho reír a un grupo de desconocidos. Debe ser la misma sensación que cuando una compones una canción que se vuelve un hit, o escribes un libro que se hace bestseller.


Esto es lo que te debe impulsar a seguir, pensé. Terminé, respiré y di las gracias. Le entregué el micrófono al host y pidió un aplauso para mí, mientras decía “Hacer esto por primera vez siempre es difícil”. Eso me volvió a impactar: sí me puso atención. Quizá no en las cosas que yo hubiera querido, pero sí me puso atención. Mis amigos me felicitaron, me invitaron una cerveza y se quedaron conmigo hasta que el open acabó. Manejé poco más de cincuenta kilómetros para regresar a casa. Me metí a la cama y mi esposa me preguntó cómo me había ido. —A esto me quiero dedicar —respondí, y no pude conciliar el sueño. Mi primera vez fue la noche de un 2 de febrero, un día después de mi cumpleaños. Seis meses, era mi plan pero ya pasaron 28. Tomé un curso de stand up, porque puedes nacer siendo gracioso, pero hay que aprender a ser comediante. Ahora digo la misma rutina una y otra vez, porque los chistes hay que practicarlos hasta que se sientan bien, y cuando eso pase, hay que practicarlos más. Ahora soy más constante y voy martes, miércoles y jueves a hacer stand up. Ahora ya no hacemos fila para apuntarnos, se sortean los lugares. Ahora ya no manejo 50 km para regresar a casa. Ahora mis amigos ya no me acompañan a los opens, pero tampoco los invito. Y no porque no los quiera ahí, sino porque no podría estar con ellos; en esos momentos prefiero estar con mi familia de comediantes.


Ahora fumo más y duermo menos.


Ahora estoy más cerca del inicio de eso seis meses.


Comentarios


  • instagram
  • twitter
  • facebook

©2019 por The Little Pancho's Book. Creada con Wix.com

bottom of page