top of page

ESCAPAR DE HUIR

Últimamente me duelen los hombros.

Según yo, ya no cargo nada pesado. Mi hijo más pequeño ya pasó el umbral de ser cargado y ahora es uno más de nosotros. Un peatón. Mi hija… bueno, cumplió 13 este año. Cargarla sería más que extraño, doloroso.


Mi trabajo me exige estar sentado frente a una computadora durante diez horas al día. Mi silla es bastante cómoda. El único esfuerzo físico que se me exige ahí es el de usar mi cerebro para aprender todo lo que no pude en la carrera de ingeniería en sistemas a la que nunca en la vida fui… eso y despertar dos horas antes porque (maldita sea) ya se acabó el (bendito sea) Home Office.


Dos horas antes para poder llegar rayando a la oficina cuando durante un año entero despertaba al diez para la hora de entrada, caminaba [pausa dramática para pararme de mi silla y contar los] 11 pasos que existen entre mi cama y mi oficina. ¡Oh, y estaba yo tan seguro de que lo que necesitaba era salir de casa porque esas cuatro paredes me estaban consumiendo en vida cuando, ahora lo sé, sólo ocupaba un ventilador!

¡Dos horas antes! Sólo para poder llegar a tiempo al trabajo. Hay que sumarle las otras dos horas que me toma regresar a casa; debo añadir que no llego precisamente a descansar. Lo que sigue es hacer el lunch del siguiente día para que, horas después, sólo eche todo a la mochila y ¡vámonos porque se hace tarde!

Lavar, pelar, picar, asar, saltear, empaquetar y lavar otra vez. Sigue sin ser un gran esfuerzo, pero últimamente me duelen los hombros. Y según yo, ya no cargo nada pesado.


Todo esto después de dos años de “encierro”. Así, entre comillas, porque la verdad es que, seamos honestos, muchos no lo respetamos como debía ser.

La pandemia fue, es y será parte de nuestras vidas. ¿Cómo es que algo tan poderoso como eso se volvió una nimiedad?

«Es que la vida sigue, chavo» dicen unos.

«Yo jamás dejaré de usar cubrebocas» dicen otros.

«¡Que chingue su madre el américa!» decimos todos.


Salir de casa con la mitad de la cara tapada, usar gel antibacterial, lavarse las manos a cada momento, no tener contacto con la gente, ni siquiera pensar en saludar de beso… mientras en el olvido quedó aquella bella melodía que rezaba:

«Quédate en tu puta casa (¡Que te quedes! ¡Que te quedes en tu casa!)».


Porque, para bien o para mal, el primero tenía razón: la vida sigue.


Malabarear la nueva vida a la par de las nuevas normalidades parecía ser complicado, pero resulta que somos capaces de hacerlo. Simplemente tuvimos que fingir que nada pasó. Porque aquí nada pasa, porque la vida sigue. Y luego de un mes, tres vacunas, y un chingo de ganas de pertenecer, por alguna extraña razón, me duelen los hombros.

Y según yo…


Sólo que no era de mis cuatro paredes de donde quería salir. El ventilador realmente no hace mucho, sólo me avienta el aire caliente que está en todos lados. Aferrado estoy a creer que sólo son 11 pasos los que me separan del lugar en donde quiero estar, cuando la realidad es que la distancia es mucho mayor. Son kilómetros… cientos de ellos.

Huir. Mucho más tiempo del que me gustaría admitir es el que llevo pensando en hacerlo. De toda mi parafernalia. No importa mucho lo que sea que tengo a mi alrededor, pues podría ir desde un gran lujo como es tener un baño privado a un lado de mi oficina, hasta una terraza en donde puedo ver el tenue brillo de las estrellas por la noche. Familia, comida calientita, internet de alta velocidad, Play Station, Xbox, una tienda de conveniencia con mis cigarros y cervezas. Pero hay una palabra que permea mi ser de adentro hacia afuera: ESCAPAR.


Nótese que empecé el párrafo anterior con una palabra muy similar a la que usé para terminarlo. Pero la realidad es que son distintas.


Huir.


Llevo años huyendo. No porque sea fácil, sino porque eso lo puedo hacer aquí, en este instante, mientas escribo estas palabras. Puedo huir de mi realidad con solo pensar, no en una canción o una película o libro, en un meme. Puedo hacerlo viendo a mi gato a los ojos. Mientras estoy en el baño. Lavando, pelando, picando, asando, salteando, empaquetando y lavando una, y otra, y otra vez. Puedo huir del hambre yéndome a dormir.


Para poder escapar, necesito empezar a hacer mi maleta.


Huir es algo pasivo. Para poder escapar necesitas ser activo. Mirar tu realidad con respeto, pero al mismo con dominio. Debes ser consciente de que esa privación de la libertad en la que te encuentras es la misma que la del caballo cuyas ataduras están agarradas a una silla de plástico que fácilmente puede ser arrastrada a donde sea que quiera ir.


Últimamente me duelen los hombros porque, según yo, ya no cargo nada pesado… sólo estas malditas cadenas invisibles, inexistentes, que gritan que, en una oficina con un ventilador y 11 pasos lejos de mi cama es donde pertenezco. Que susurran que, si logro escapar, todo se va a romper. Que buscar un lugar más caótico que mi propia mente es un suicidio.


Pero hay que hacerlo. Escapar de huir es difícil, doloroso, aterrador, pero al mismo tiempo saludable. Liberador. Gratificante. Darle algo a tu persona no significa que dejes de darle a los demás.


Escapar es Necesario.


Y puede que los hombros sigan doliendo, pero que sea porque la mochila que llevas en la espalda está llena de planes, oportunidades y todas y cada una de las experiencias que has obtenido es este juego llamado “Vida”. Citando a Duckman: el riesgo es mejor que la alternativa.


Esto es para ti, futuro Escapista: cuando llegues, no importa el tiempo que te lleve hacerlo, vamos a estar aquí. Orgullosos. Felices de verte. Recuerda que son Carreras, no carreritas. Y si estando aquí aún sientes la necesidad de seguir, no estas obligado a avisar. La vida también sigue, con o sin nosotros. Y nosotros siempre, sin prejuicios, sin distancias, te vamos a querer.



ree

 
 
 

Entradas recientes

Ver todo

Comentarios


  • instagram
  • twitter
  • facebook

©2019 por The Little Pancho's Book. Creada con Wix.com

bottom of page