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A orillas de la Alameda Hidalgo me senté y lloré

Dos veces para ser exactos. La primera fue cuando creí no recibir el amor que yo quería. La segunda cuando sentí que lo perdía todo. Afortunadamente en las dos había un bendito hombre vendiendo chicharrones preparados.


Hay mucha gente que pasa por ahí. Algunos en familia, otros tantos embriagados en sus propios pensamientos.

Yo solo me senté y reí. Después lloré y reí al mismo tiempo. A un niño se le calló su frutsi.


A orillas de Machu Pichu me paré y grité, sentía que el frío y el agua me sanaban.

Arriba del escenario me pare y hablé, sané y fallé.

Hoy a orillas de la caseta de vigilancia me siento y medito.


Quizás necesito que pase un niño al que se le caiga un frutsi otra vez.

O quizás unos chicharrones preparados.



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